Texto Curatorial de Rodrigo Troncoso
La obra de Raúl Pizarro transita por diferentes puntos de interpretación y temáticas, lo que permite situarnos en variadas perspectivas para su análisis, sin embargo, podemos encontrar una constante, que es transversal en su producción artística; el ser humano es el eje y me atrevería a decir que desde su obra temprana (2005), ha existido una constante reflexión en torno al existir.
El ser desde su espiritualidad, su intimidad, donde lo supuestamente simple y cotidiano toma valor, dotando a todas las cosas de un significado más profundo, las que revelan misterios que siempre amenazan la tranquilidad segura de las cosas ingenuas. Representar ante nuestros ojos, de manera intuitiva, el interior del mundo exterior ha sido el camino de Raúl.
Su más reciente cuerpo de trabajo se enmarca dentro del realismo mágico contemporáneo, donde se describe fielmente el exterior de un objeto o personaje y, al hacerlo, el espíritu o la magia del objeto/sujeto se revela a sí mismo, lo que sucede en un escenario detallado y realista, pero es invadido por algo demasiado extraño de creer, elementos inesperados o improbables maravillan o asombran al espectador, buscan rediseñar la realidad para revelar los espíritus contenidos en la obra, que afirman la necesidad del hombre de unir lo irracional y lo racional.
Trae fábulas, parábolas y mitos a la relevancia social contemporánea. Los rasgos de fantasía que se les dan a los personajes, como la levitación, la santidad y la deidad, ayudan a abarcar realidades modernas que pueden ser fantasmagóricas.
Este es un mundo principalmente sobre y para «excentros»: marginados geográfica, social y económicamente. Por lo tanto, el «mundo alternativo» del realismo mágico de Raúl Pizarro funciona para corregir la realidad de los puntos de vista establecidos hoy.
Este proceso de codificación del mundo se aprecia de manera inicial desde el 2015, en lo bidimensional, su elemento por esencia; se nos plantean los/as personajes situadas/os en espacios íntimos, lugares en que todo pareciera estar bajo el agua.
El velo líquido que envuelve la pintura distorsiona la realidad, dando cierto movimiento quieto a lo representado. Sumado a esto comienzan a aparecer algunos rasgos urbanos en la intimidad de los protagonistas, aspectos que posteriormente se vuelven obra.
Las motivaciones discursivas del artista comienzan a profundizar símbolos y conceptos ligados al existencialismo en un contexto contemporáneo.
En adelante su exploración lo lleva a salir del margen bidimensional, trasladando su búsqueda a la escultura donde a través del desplazamiento de la fisionomía del rostro humano, deja el registro de una fragmentación de este, exponer el proceso de desprenderse de una máscara pasando por la deformación y detener el tiempo.
Esto nos permite comenzar a ver lo que no está dicho, lo que no se ve cuando vemos la superficie, podríamos decir que se manifiestan las personalidades que contenemos en nuestra individualidad, cargando la figura de un contenido psicológico que interpela al reflejo del yo, pero visto como otro que emana desde mí. Ahí donde yo me resulto desconocido a mí mismo.
Desde esta obra volumétrica podemos ver que se comienzan a vislumbrar algunos símbolos que serán recurrentes en las representaciones pictóricas de Raúl Pizarro.
Sin duda, en sus obras escultóricas se enfrentan dos conceptos, por un lado, la pulcritud de la forma pulida y lisa que contiene un imperativo táctil, similar a lo que evoca la escultura de Jeff Koons, contraponiéndose a la negatividad que provoca la deformación del rostro, cargándola de cierta extrañeza que impulsa a tomar distancia para contemplar.
En opinión de H.-G. Gadamer, la negatividad es esencial para el arte. Es su herida. Es opuesta a la positividad de lo pulido. En ella hay algo que conmociona, que remueve, que pone en cuestión. Podemos evidenciar la fisura que se abre en la obra de Raúl Pizarro al extender los límites de la figuración bajo una apariencia lisa y brillante.
Desde estas manifestaciones en lo bidimensional y volumétrico, en la obra de Raúl Pizarro encontramos iconografías que se vuelven transversales en su producción artística y esa insistencia ha decantado en la exposición OXÍMORON, prácticas paganas de santificación.
Al disgregar algunos de los elementos que componen la obra de Raúl Pizarro, como la máscara, las manos, lo urbano, el graffiti, lo cinematográfico y el tatuaje, podemos establecer diferentes puntos de vista para adentrarnos en los significados que ella contiene, sin embargo, todos ellos convergen en conceptos macro contenidos en el imaginario de la producción pictórica del artista. Lo pagano y lo sagrado.
Decir «pagano» supone añadir un elemento decisivo: asumir adorar a dioses que, desde la perspectiva de alguna de las tres religiones monoteístas (cristianismo, judaísmo e islam), se consideran falsos, pasa a ser inapropiable al interior del orden civil como divinización del mundo.
El paganismo en el mundo moderno no se constituye como una herejía, sino quizás, como el único pasaje del misterio respecto a la génesis de la humanidad. Misterio en las formas de lo visible, entonces.
El alma del pagano alberga la noche de un mundo en el que las cesuras entre la naturaleza y lo humano, ser y mundo, vida y muerte, pierden su capacidad de organizar límites. Fruto de esta distinción entre dos realidades que están intrínsecamente relacionadas entre sí, el paganismo irrumpe como una nueva forma para ver el mundo.
Se trata de una crisis de sus formas sensibles entregadas a la maquinación. De ahí que la propuesta narrativa visual de Raúl Pizarro crea todo un conjunto de conceptos, escenas, personajes, sucesos, y arquetipos interrelacionados creando una mitología propia y pagana, cuestionando los presupuestos materiales de nuestra contemporaneidad.
En ella se registra la transformación indestructible de la experiencia en el mundo, dejando un incesante espacio para el recogimiento rítmico. En las obras podemos ver a los marcados, ahora como protagonistas: la marca en la piel representada por los tatuajes viene a ser símbolo y contendor de las subculturas que hoy están en voga, exorcizando a sus portadores del estigma que se les fue impuesto, al punto de convertirse en mártires o ángeles.
El otorgarle características sacras a los estigmatizados, donde se reemplazan a los/as santos/as por presuntos pecadores/ras, se podría considerar un atrevimiento por los más conservadores.
Poner en diálogo estos dos conceptos crea un escenario nuevo, lleno de líneas y pensamientos divergentes que le otorgan a la obra un sentido único, irrepetible e imaginario.