Texto de Rodrigo Troncoso
Otro de los aspectos que no podemos dejar de analizar en las obras de Raúl Pizarro es la representación de los tatuajes, tanto en sus personajes, como en las manos aisladas de algunas obras. El tatuaje no se exhibe como un recurso estético casual, sino que trae al primer plano lo que habitualmente se encuentra en el margen.
Este desplazamiento carga a las obras con un elemento más, abriendo otra línea de lectura, que complejiza su interpretación.
La razón por la que cada individuo decide agregar a su cuerpo una marca varía considerablemente, dependiendo de su situación espacio-temporal y abarca diversas razones, por ejemplo, aquellos tatuajes que comprometen al individuo de manera permanente con una comunidad específica, o los que lo hacen para demostrar la transición de su infancia a la adultez como símbolo de madurez o por razones místicas, religiosas, mágicas, por belleza, por culpa, por transgredir parámetros aceptados socialmente y los que decidieron salir de una uniformidad anatómica y buscar una interpretación física de su individualismo.
El tatuaje puede apreciarse como un ritual con un fin permanente, es un cambio, una transgresión, mental y física. Visualmente lo que se presenta de un individuo ante la sociedad ha sufrido un cambio, se ha visto afectado pictóricamente sin marcha atrás.
Mentalmente hay, o debe haber, una aceptación a dicho cambio, un reconocimiento de sí mismo y su metamorfosis. Este proceso se da de manera íntima y es de carácter subjetivo, por lo que conlleva a un choque de factores, entre la privacidad del ritual y la inquietud social por el resultado. La ritualidad del tatuaje se funde perfectamente con los ejes temáticos de Raúl en Oxímoron y refuerza la contraposición de lo profano con lo sacro.
El tatuaje propone al cuerpo como un lienzo y, en este sentido, su representación pictórica nos lleva a plantear que Pizarro propone el lienzo sobre el lienzo como una retórica visual para encarnar su imaginario.
Se asocian los tatuajes a un temor legendario, que ahonda en estructuras del dolor, pero también se anclan en la belleza ampliando parámetros sociales, lo que conlleva a cambios sociológicos en su apreciación, que como cualquier otra anomalía en el cuerpo genera rechazo y prejuicios como primera reacción, y logra tocar los nervios más sensibles de la ética y lo moral, como la aceptación y la inclusión de lo extraño en paisajes cotidianos.