El graffiti como medio de expresión que conlleva dentro de sí una filosofía, una ideología, una identidad que caracteriza al individuo; dejando con un recurso pictórico, la personalidad con los sentimientos que una persona quiere expresar.
Presentar y definir qué se entiende con este término es tremendamente complejo, ya que, es un elemento que por sus características, puede servir para explicar múltiples aspectos relacionados con fenómenos más amplios que se relacionan con la estructura de nuestra sociedad y otros mensajes o ideas ocultas de trasfondo expresadas sobre los ladrillos de nuestra sociedad.
Entonces retomamos la noción que enmarca la exposición dentro del realismo mágico, creando composiciones imaginarias con personajes paganos en actitudes sacras.
Raul Pizarro
En los tiempos actuales, donde se busca una libertad más plena y una existencia más igualitaria, poco a poco la cultura oficial se va fundiendo con la popular. Ahora hay debates acerca de si un graffiti es arte o no, hoy se asignan lugares de la ciudad específicos para que los jóvenes puedan pintar sobre los muros o las cortinas metálicas, lo que no ha podido fusionar con la cultura callejera, al no contener la esencia de esta manifestación sociocultural.
Hasta hace muy poco, esa forma de expresión era considerada como una actividad delictiva y propia de la marginalidad.
Es que muchos lo ven como contaminación visual, también se basa en que muchas personas lo confunden con vandalismo callejero, que se trata de rayar paredes y hacer garabatos en lugares baldíos de la ciudad. El graffiti callejero trata de poner íconos o nombres en paredes de la ciudad, sin contar con algún permiso.
Otros pueden considerarlo algo negativo, ya que este arte es, sobre todo, contemporáneo y suele romper con lo visto como “tradicional”. Podemos caer en la pregunta anacrónica de lo que se entiende por belleza, pero no será el caso.
El hecho es que todas las ciudades contienen estas manifestaciones gráficas que pasan a ser la voz de los/as no escuchados, los/as marginados y Pizarro los propone como escenario contenedor de sus composiciones, esto lleva a la imagen a una neutralidad geográfica, porque si bien sabemos que es una ciudad, no podríamos definir cuál, ni dónde está.
Sumado a esto el hecho de poner en diálogo este escenario con una narración sacra, resulta profundamente inquietante.